-íPero traen caballerφa...! -a±adi≤ un segundo escopetero.
-íRepito que somos fuerzas iguales! -volvi≤ a decir Manuel Atienza-. íA ver, Jacinto! que suene ese tambor... íEspa±a y a ellos! íViva la Virgen!
Jacinto dio la se±al ansiada, y una nube de piedras y de balas, cayendo sobre los franceses, los oblig≤ a hacer alto.
Un momento despuΘs contestaron Θstos con una nutrida descarga, que dej≤ fuera de combate a cinco lapece±os.
-íAlto el fuego! -grito entonces el Alcalde-.
Estßn todavφa muy lejos y tenemos poca p≤lvora.
DejΘmosles acercarse... Ya sabΘis que el ca±≤n se reserva para lo ·ltimo, y que hasta que yo tire el sombrero no se le arrima la mecha... Ustedes, se±oras, ía ver si se callan y cuidan de los heridos!
-íYa se acercan otra vez!
-íNada!... íTodo el mundo quieto!
-íYa apuntan!...
-íTodo el mundo a tierra!
Una segunda descarga vino a estrellarse en los troncos de encina, y los franceses avanzaron hasta hallarse a unos veinte pasos del ejΘrcito sitiado.
Los peones se replegaron a los dos lados del camino, dejando paso a la caballerφa...
-íFuego! -exclam≤ entonces el Alcaide con una voz igual a la de la p≤lvora, mientras que arrojaba el sombrero por alto y se plantaba en medio del mayor peligro.